De repente me acordé que tenía que poner los pulmones del lado izquierdo también, y que no había aún colocado los soportes inferiores allí. Agarré otros pocos (muchos!) electrodos 70/18 y soldé los famosos soportes, siempre cuidando de mantener la alineación y la ubicación precisas respecto del chasis y de todo el entorno. Mientras soldaba, el cartón que usé para proteger el yugo y el chasis de las salpicaduras se incendió con la lluvia de chispas de la soldadura al arco, y como estaba con la máscara de soldar solo me di cuenta con el calor que sentí ya que no vi las llamas. Me reí un poco por mi torpeza pero la verdad es que me costó un poco apagar la cosa.
Luego de soldar vino la lata de limpiar las piezas soldadas, sacar la escoria y ordenar todo y los cartones quemados. Me fui a casa contento, pero siempre cansado más de lo habitual. Hmm…
En la casa, aún temprano, me puse a repasar las ideas y cuando quise poner al día la historia del proyecto me di cuenta de que el penndrive se había electrocutado o algo así y que había perdido la información y los cambios del último mes completo. Horror. No lo podía creer, justo cuando estaba por respaldar la información. Solo me quedaba esperar que en el computador de mi oficina tuviese una copia actualizada de los archivos, especialmente el de la Merkabah virtual en Sketchup, el que representaba la mayor cantidad de trabajo.
En ese momento la gata Regalo, uno de nuestros tres gatos, se me subió en hombros y, como si sintiera mi aprehensión, me regaló un ronrroneo largo y esa mirada profunda como diciendo: No te preocupes Pairoa, tú puedes hacerlo toooodo de nuevo. Confío en ti. Miau.
Nada es porque sí, pensé, es solo un avisito. A lo mejor estoy haciendo algo mal y algo tiene que cambiar. Con esa inquietud me quedé, y no estaba equivocado.
Por supuesto, en el computador de la oficina no había ninguna copia de los archivos actualizados. Decidí entonces formatear mi propio disco duro (en la cabeza) y no solamente el penndrive para poder ponerlo a funcionar bien de nuevo, y al llegar al taller al siguiente día me planté el overall y empecé con lo que se me ocurrió que sería la tercera etapa del proyecto, con una purga de toda la basura y lo que estaba demás en mi espacio de trabajo. La cantidad de cajas a medio llenar, mugre, piezas inútiles y otras alimañas era tremendo, y para variar no me había ido dando cuenta de cómo se había juntando. Solo empezar a ordenar me tomó bastante tiempo, y cuando era hora de partir apenas había organizado una pequeña parte del espacio alrededor de la Merkabah.
Hacía tiempo tenía ganas de salir a dar una vuelta en moto y despejar algunas ideas, y por varias razones no había podido hacerlo. Esta vez Carmen no me quiso acompañar ya que tenía otras preocupaciones ese fin de semana, así es que monté en la Africa Twin y partí a hacer kilómetros con dirección sur, yo solito y sin planes.
A la bajada de la cuesta Ibacache me esperaba la sorpresa de una mancha de aceite en la curva más cerrada. No tuve nada que hacer; la moto se me fue de entre las manos, resbaló y desapareció debajo de mí en un instante. Yo terminé dando tumbos por mi pista, y la moto, de lado, en la pista contraria. Me lastimé el tobillo pero pude parar la moto y dejarla a un lado del empinado camino, mientras un buen samaritano que venía de frente y vio la caída cuidaba que el tránsito no terminara de hacerme pedazos. Recojí los trozos del parabrisas que se rompió y los guardé en la maleta trasera y, luego de un tiempo, comprobé que podía pasar los cambios con el pie golpeado y que la moto estaba en condiciones de rodar, aunque la horquilla se había torcido un poco. Agradecí al Jefe porque lo acontecido podría haber sido mucho peor, lejos; también agradecí a mi angel guardián y al tipo que me acompañó y cuidó, y seguí mi camino rumbo a la cercana Melipilla, con la brisa que me golpeaba directamente el pecho ahora y con el manubrio un poco chueco.
No voy a ahondar en los significados de las cosas que pasan ya que para cada uno son diferentes, pero todo lo que me ha pasado siempre ha sido por una o varias razones específicas, y siempre buenas razones. No existen las coincidencias, ya saben.
Bueno, en Melipilla vive mi señor padre, y fui a verlo a la pasada para que me ayudara con el desastre. Con la ayuda de unas prensas enderezamos la horquilla y desde su parcela nos fuimos a su casa. Resultó que era su cumpleaños, y yo ni me acordaba, así que al final terminé quedándome con él a alojar y a celebrar y conversar sus años sin haberlo planeado siquiera. Nada es casualidad. La gotita tuvo mucho trabajo esa noche tratando de mantener unidos los pedazos del parabrisas.
A la mañana siguiente nos levantamos temprano y durante toda la mañana nos ocupamos de conversar y reforzar el parabrisas dejándolo apto para circular y poder volver a San Felipe sin problemas. Utilizamos una gran variedad de materiales y herramientas y el resultado fue óptimo para ser una reparación no profesional. Mi padre ya tenía amplia experiencia en reparar plexiglass así que sus indicaciones y su oficio vinieron de perillas. Los remaches y las pletinas, con un poco de pintura, podrían perfectamente pasar por originales. Bueno… casi.
El tobillo me dolía mucho, pero no me impedía montar a sí es que agarré la moto y partí de vuelta a San Felipe… derechito. El traumatólogo me pidió los consabidos rayos X al día siguiente y me hizo ver burros verdes tanteando aquí y allá por mi tobillo y el diagnóstico fue solo de esguince, sin fracturas, pero el dañado era un ligamento poco común (no podía ser de otra manera) y que requeriría de harto cuidado y fisioterapia. Putas que me dolía al pisar de una cierta forma, pero podía caminar cojeando un poco. Bien.
Dejé pasar un par de días antes de volver al taller y cuando llegué retomé la misma pauta de orden y limpieza que me había agarrado antes de salir a caerme en moto, así que entre rengos seguí botando cajas y mugre. Le regalé a Eduardo el viejo estanque de 300 litros de diesel de la Merkabah para ponérselo al viejo Ford, luego de una desabollada poca, naturalmente, y también le pasé la bomba hidráulica para un probable injerto para los tractores. El estanque de gasolina de la Blazer 6x6 también voló de ahí y se fue al corral a acompañar los otros fierros.
Entre las muchas cosas que vieron la luz de nuevo estaba el winch de la Terrano, tempranamente sacado de su lugar en el parachoques prolongado del 4x4 por faltas a la estética. El fierro era mucho más pesado y grande de lo que recordaba y por un momento estuve dudando de la idea de montarlo en un carro en un brazo pivotante en la cara trasera de la Caja de la Merkabah. Le di varias vueltas al asunto examinando alternativas al plan pero finalmente decidí continuar con la idea original, reforzando la parrilla y el brazo. Tendrían que ser muy robustos para aguantar el peso del mismo winch y los docientos y más kilos de la moto y de la rueda de repuesto.