Mi colega tomó vacaciones; tres semanas que esperaba y gozara a concho, al igual que yo. Es más viejo, pero su contrato no es tan antiguo como el mío así que yo tengo más días libres que él, je, je. Como sea, el trabajo regular se hizo un poco más pesado y el tiempo libre para jugar con la Merkabah disminuyó en consecuencia.
Decidí continuar y terminar con todo lo que estuviese pendiente en la parte trasera del camión así que tomé las tapas de los cubos y una por una las limpié y las aperné en su lugar. No usé tampoco las empaquetaduras que, lateramente, había recortado hacía tanto tiempo y preferí usar también la silicona de Würth. Igual, esperaba y fuese una buena decisión.
Estaba en estos menesteres cuando llegaron las butacas para el Montero, directamente desde Punta Arenas. Para hacer la historia corta, compré “nuevas” butacas para el 4x4 de un Montero en desarme durante el viaje al sur profundo. Las butacas originales estaban pidiendo perdón hacía tiempo y había que hacer algo al respecto. Un amigo que vive en Punta Arenas se tomó la lata de hacer los papeles de aduana y mandarlas por bus a San Felipe y, finalmente, allí estaban.
Una vez afuera, los viejos asientos serían reacondicionados y usados en la Merkabah para probar si estaban a la altura ya que son muy confortables y tienen amortiguación propia. Si no funcionan… ISRI entonces.
Cuando todas las tapas estuvieron puestas buceé entre el polvo de los siglos bajo la escalera y encontré los bidones de aceite 80/90 que compré hace… quién recuerda cuánto. Entonces, con mucha paciencia, llené los cubos con montones de litros de aceite fresco y perfumado. El pequeño manual Mercedes de 1978 que me regaló un conocido de Alemania resultó ser muy útil para las referencias de torques y volúmenes de aceite. Las referencias de Hilux también ayudaron mucho.
Como ya estaba metido en este cuento del aceite salí a comprar tapones nuevos para los diferenciales. Cosa fácil e irrelevante, pensarán, pero no para un día sábado bien entrada la tarde, así que me tomó bastante esfuerzo y tiempo conseguirlos.
Adapté las cosas lo mejor que pude para poder llenar los diferenciales, pero era muy incómodo moverse entre los fierros, especialmente para llenar el segundo diferencial. Mi espalda protestó un poco pero aguantó. Hubo un pequeño error de cálculo y pensé que no tenía suficiente aceite para la caja de cambios así que lo dejé hasta ahí. Sonreí solo, satisfecho, y me fui a casa.
Pero subestimar la naturaleza del género de la moto fue un gran error. La Africa Twin estaba realmente celosa. Apenas llegué frente al portón de la casa me llegó un agudo olor a plástico quemado. Había fuego, con una nube de humo que salía de debajo del asiento.
En pocas palabras: el conector que había sido reemplazado hacía dos años y medio hizo cortocircuito, se fundió y prendió fuego. Hmm… justo el día antes de una cita para ver una Yamaha Super Teneré que me estaban ofreciendo. Hmm… justo dos días después de reemplazar la batería. Hmm… a momentos de desarmar para que, con Eduardo, revisáramos todo el sistema eléctrico.
La empujé hasta su estacionamiento y ahí la dejé, inmóvil en su stand central un par de días antes de hincarle el diente al problema. Por supuesto, decidí abandonar la idea de comprar otra moto. Ella, la vieja Honda, moriría conmigo… o yo en ella, y con ella… pero la bigamia no estaba permitida.
Apegándome al plan de terminar con lo pendiente en los cuartos traseros del camión, rescaté del olvido el hemi-cardán que va del segundo al tercer eje. Tuve que limpiarlo bien de aceite y mugre, y eso que estaba guardado envuelto en plástico.
En seguida, agarré los pulmones de freno de doble cámara, cubiertos a su vez por aceite de embalaje y polvo, y los limpié cuidadosamente para poder pintarlos evitando dañar las partes de plástico y de goma.
Ese día solo alcancé a preparar tres de ellos y los envolví en plástico a su vez para mantenerlos limpios. Una lata, poco ecológico, pero necesario.