Alejandro, el argentino superdesarrolllado, me pasó la bomba hidráulica del levante de la cabina del camión que había mandado reparar hacía algunos meses atrás y que había quedado en el olvido. El soldador cobró barato por el trabajo y parecía que lo había hecho bien. La bomba quedó por ahí en una caja y no dejé que me distrajera mucho ya que había muchas cosas por terminar antes de eso.
Al día siguiente me escapé brevemente del trabajo y alcancé a instalar la tapa del otro lado. Al menos alcancé a hacer algo.
Tenía dudas respecto de la efectividad del sello del aceite de los cubos reductores ya que los o’rings me parecieron algo delgados, pero se me fue en esa ocasión echarle aceite a los cubos, y la cosa pasó y, naturalmente, se me olvidó.
Próximo trabajo: limpiar los cubos para pintarlos. Por qué no los limpiaste cuando estaban desarmados, que era más fácil? Preguntó Eduardo. La verdad es que se me pasó también. Al lado izquierdo no tuve mayor problema porque solo había un perno de rueda y pude usar herramientas eléctricas, pero al lado derecho solo pude usar las manitos y lija y cepillo manual. Me aburrí, me cansé y me hice pedazos los dedos.
Una vez limpios, enmascaré los cubos apropiadamente y cubrí el resto del eje y del chasis para no pintarlos inadvertidamente, aunque probablemente solo hubiese pintado el polvo acumulado sobre los fierros.
Aperné los soportes del tanque de diesel al larguero del chasis, tratando de no joder la pintura, y busqué entre la pila de repuestos y piezas viejas las barras estabilizadoras que los fijan entre sí por abajo. Paradojalmente, las que mejor estaban eran las que provenían del camión amarillo, destruido y casi hundido en el lecho de río Aconcagua.
Después de la sesión de belleza, que incluyó desabolladura al por mayor, las barras de acero se veían bien y se ajustaban perfecto a los soportes. Con ellas completé la cuota de piezas para pintar así que me llevé todo al ático y lo colgué de las vigas del techo.
Y de nuevo fue sábado. Solo, de nuevo, limpié y arreglé también los tambores de freno para pintarlos. A un cierto punto me di cuenta de que no necesita hacer nuevas perforaciones, como en los tambores del bogie, que tenían cantidad de agujeros supernumerarios. Mejor… menos pega para el pobre Pairoa.
Empecé con el washprimer y luego imprimé todas las piezas que requerían del tratamiento completo. Estaba planeado dar una mano final de pintura gris de terminación a todo el chasis una vez todos los sistemas estuviesen instalados, para cubrir las imperfecciones y todos los detalles y peladuras que se produjesen durante la instalación, pero igual decidí repintar los muñones de dirección, dañados por el calor cuando se extrajeron los pasadores y los bujes. Sería muy difícil de llegar a todos los rincones con la pintura una vez estuviese todo armado. Pensé lo mismo acerca de las crucetas así que, cuando llegó el momento, le di varias manos de pintura a los tambores, al tanque de combustible, a las piezas que colgaban en el ático, y al mismo eje delantero.
Estaba un tanto cansado y me dolía un poco la espalda, resentida por los esfuerzos moviendo tanto fierro pesado, así que dejé la pintura de los cubos para otro día. Ya estaba suficientemente contento.
El domingo por la mañana me sentía bien ya, pero era tiempo de cortar el pasto así que la Merkabah hubo de esperar.