Busqué entonces la fábrica de los fittings originales de hace 40 años y resultó que aún seguían en el negocio, así que les escribí. Desafortunadamente los únicos de los que obtuve respuesta fueron los de la filial de U.S.A, los que también me ofrecieron repuestos de pulgada. Los alemanes ni me inflaron.
Esperando una mejor respuesta, y ya cabreado de tanto cepillar óxido y mierdecilla, agarré las pedaleras y las arreglé. Los resortes estaban ya flojos y cansados de tanto darle así que perforé enganches para dejarlos más tensos y eliminé un par de obstáculos hasta que funcionaron como se debe. Por supuesto, no había repuestos en ninguna parte.
Uno de los seguidores de la historia me escribió y me contó que tenía un camión de la misma estirpe de la Merkabah, mucho más nuevo y flamante, que se había accidentado y estaba en desarme. Me ofreció piezas si es que necesitaba. Agradecí el gesto pero se me partió el alma al ver cómo quedó el pobre Mercedes luego del accidente. Aproveché de pedirle piezas del sistema de frenos y otras cosillas. Ya veríamos.
En la tienda, pedí las mangueras de aire más resistentes que tuvieran, y el vendedor levantó una ceja primero y desapareció detrás del mostrador por una puerta. Volvió al rato con unos cuantos metros de una manguera azul muy top, con una docena de abrazaderas raras y carísimas. A lo mejor no era lo que se necesitaba para esa aplicación, no tanto, pero las presenté igual.
El fin de semana dado, participé de un encuentro de motos siúticamente llamadas “big trail”, o motos grandes polivalentes, en las competencias de velocidad y de destreza. Nada espectacular, como comprenderán, pero la idea final era la de probar en terreno la nueva versión de la Africa Twin, presentada en el mercado justo en ese momento. Pedazo de máquina, preciosa… pero no hubo amor entre ella y yo, no como cuando me subí a la vieja Africa Twin. Me dieron incluso un premio por haber participado en la moto más vieja de entre todos los giles que fuimos, pero volví a casa montando, orgulloso, la fiel Honda.
Se me anduvo sintiendo un poco y me presentó justo algunas pequeñas fallas y consumió una monstruosa cantidad de combustible, pero cuando llegamos se le pasó y volvió a ser la orgullosa reina de la casa.
Como si no fuese suficiente, al día siguiente tomé la WR450 y me fui a dar una vuelta por los cerros. El pasto nuevo que cubría los cerros y el cielo nublado le daban un aspecto fresco y húmedo al paisaje. Los colores otoñales ocre y amarillo manchaban el valle aquí y allá. Fue un muy buen momento.
