Como siempre, fue una labor lenta y delicada, tratando de hacerlo lo mejor posible. Lucían mucho mejor cuando terminé, por supuesto, y se fueron a cajas hasta el reensamblado de la cabina.
El sábado que siguió, Edie y yo le dedicamos un montón de tiempo y esfuerzos a la limpieza del marco de la puerta derecha. Sacar la pintura vieja y el óxido todos los rinconcitos con lija te consume los dedos y la paciencia, y ni siquiera estaba muy contento con el resultado. Debía de existir otro modo.
Estudié las múltiples fuentes de información sobre cómo manejar el problema de la aislación térmica y acústica de la cabina y finalmente llegué a una combinación que incluía una membrana de aluminio y una membrana elastomérica de 25 mm de grosor para colocar por todos lados. El aluminio me llegó por bus desde Santiago y requeriría de un poco de habilidades de corte y confección, cosa que me tenía sin cuidado. La membrana elastomérica era demasiado grande. Tendría que ir a buscarla.
Próximo paso: asegurarse de que el sistema de aire acondicionado (AC) que había comprado hacía un buen tiempo cupiese donde tenía que ir. Si recuerdan, compré el juego de cosas sin siquiera mirarlo mucho a quien no sabía lo que estaba vendiendo. Hasta ese momento no tenía idea si era de utilidad para la Merkabah o no. Así pues, tomé la caja del radiador y del motor y lo presenté bajo el tablero, donde se supone que tenía que ir. Quedó justa al milímetro. Tomé entonces el condensador y lo coloqué de prueba delante del radiador de la Merkabah y también, sin tener nada que ver una con el otro el condensador calzaba justo entre los fierros. No hay coincidencias, ya saben, así que ni lo pensé mucho y marqué y corté la base del tablero central para permitir que el flujo de aire del AC pasara a la caja de la calefacción original de la Merkabah. Ni siquiera me molestó no poder hacer cortes netos y rectos debido a la dificultad de maniobra con el esmeril angular en ese lugar.
