No fue divertido tampoco lijar la pintura de terminación esta vez, créanme. Tenía unas ganas locas de empezar a armar la cabina con sus componentes, aislantes, eléctricos, la calefacción, el aire acondicionado, el tablero y todo, en vez de tener que volverla a pintar. Era como avanzar dos pasos y retroceder cinco.
En fin, hice esto y otras tareas menores y tuve que pasar el Montero al taller para hacer una revisión y mantención del tren delantero. Estaba todo muy bien, pero me tomó una tarde entera de mi escaso tiempo.
Y otro sábado de trabajo llegó pero para variar hacía frío y lloviznaba. Edie y yo nos dedicamos por algunas horas a preparar una serie de piezas para pintarlas eventualmente en el caso de que el sol se asomara esa tarde.
Encontrré la caja donde había guardado las bisagras recortadas de la parrilla frontal, las que estaban mejor de las tres parrillas disponibles. Bien. Estaban perdidas desde hacía tres semanas y me sentí muy feliz de encontrarlas, como imaginarán. Tan pronto las preparé las soldé a la parrilla y luego se la pasé a Edie para que le hiciera la preparación final y le aplicara el trabajo mágico con la masilla.
Mientras Edie prestidigitaba se me ocurrió agarrar la pieza que aparentemente estaba peor que todas: la tapa del reservorio del líquido de frenos. Bien oxidada estaba, especialmente por su cara trasera. Trabajé un montón con las herramientas usuales y con otras menos usuales hasta que quedé satisfecho aunque la cosa no era perfecta. Como siempre ando buscando perfección sabía que al menos era suficiente y me quedé tranquilo.
