Después de almuerzo Edie se me unió luego de terminar de preparar las piezas del Montero y continuamos trabajando en la cabina de la Merkabah, desabollando montones de pequeños defectos en el techo.
Al momento tenía tres parrillas frontales en vez de una, y dos de ellas estaban en condiciones de ser usadas de nuevo así que las puse ambas para compararlas, por enésima vez, y decidir cuál estaba menos dañada. Una vez estuve cierto de cuál usar agarré el esmeril con el disco de corte y le volé la porción que entraba en conflicto con el snorkel. Curiosamente no dolió, ni un poquito.
Ah, realmente se veía bien la cosa! Entonces le dediqué algunos minutos a la desabolladura y a la re-formación de la parrilla, con moderado éxito, debo admitir.
Como último gesto, Edie agarró el soplete de acetileno y le dio una calentada a los últimos pernos que se aferraban tercamente a la cabina, y salieron sin mayor esfuerzo a continuación. Bien. El día terminó y nos fuimos. Estaba cansado pero feliz.
Al domingo siguiente mi Viejo continuó entreteniéndome con las fotos de sus lugares de aterrizaje poco ortodoxos en las montañas. Como he dicho antes, es mi héroe en lo que a volar respecta.
Después de la corrida habitual con los perros y de un suculento desayuno me vestí de moto y salí a dar una larga vuelta en la WR450. Hacía un par de meses que no tocaba a la pobre y olvidada Yamaha, así que me entretuve saltando y jugando como niño con juguete nuevo. Fue una muy buena salida y la mañana estaba espectacular.
De vuelta al mundo real, al lunes siguiente, me encontré con el problema que había descubierto hacía no mucho: los asientos traseros nuevos eran separados y no una sola pieza grande como el original, así que necesitaban soportes y enganches en la mitad del piso del Montero. Pelé el interior para ver cómo se podía hacer, convencido de que había al menos una buena manera de lograrlo. Eduardo no estaba muy convencido pero pronto vimos que yo tenía razón.
