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Desafortunadamente, esos fueron los días de los incendios del sur. Estaba enojadísimo, furioso, y solo se me ocurría pensar en cosas nefastas hasta que decidí volcar mis energías hacia algo más provechoso y me uní a la iniciativa de Eduardo de recolectar fondos para comprar fardos de pasto y donarlos para alimentar a los animales que se quedaron sin nada que comer después del fuego. Cargamos un camión completo que fue gentilmente prestado por un empresario de la zona y un sábado por la mañana partimos al sure.






Carmen y yo partimos más temprano e hicimos un alto en San Javier para entregar sueros, medicinas y alimentos que conseguimos de un par de laboratorios y de amigos en una clínica veterinaria donde se estaba organizando la ayuda para los animales quemados de la región.



Nos reunimos luego y llegamos a Los Coipos, camino a Hualañé desde Lolol, una localidad muy rural rodeada de lo que ahora eran cerros quemados y negros. Realmente era una vista deprimente. Los vecinos ya estaban organizados y tan pronto el camión se detuvo empezó la distribución ordenada de los fardos según la necesidad que entre los mismos vecinos habían establecido para cada familia. Venían en lo que tenían para llevarse los fardos, y nada se desperdició.





La gente estaba muy contenta y mientras descargábamos muchas otras camionetas cargadas con fardos aparecieron y fueron redirigidas a otras localidades para entregar su aporte a los necesitados. La solidaridad fue, como saben, la otra cara de la medalla del desastre.