Todo esto me tomó un buen tiempo, moviéndome despacito y con cuidado, sintiéndome como un anciano, pero al menos me podía mover… y la espalda resistió. Bien.
Cuando estaba en eso, Edison trabajaba sin pausa, batallando contra los microporos y las microgrietas, haciendo un trabajo finísimo con los tapabarros. Hizo el trabajo rudo con la lijadora orbital pero la parte fina a mano, sin apuro alguno.
Al día siguiente hice un pequeño viaje de prueba en la Africa Twin con Carmen, por primera vez luego de un mes más o menos. Ah… extraordinaria sensación! Mi espalda, no sana del todo aún, no se sintió tan extraordinaria, eso sí. Andar en el Montero probó ser una experiencia aún más dolorosa así es que a la pega y al taller iba a pata no más. Por fortuna San Felipe es pequeño y puedes llegar a todos lados en menos de treinta minutos de a pie.
Una semana después las cosas estaban mucho mejor y me aventuré a subir a la cabina. El tablero dio algo de batalla al principio pero no pudo resistir los embates del suscrito y, luego de una completa sesión de fotos todo el cableado fue removido sin piedad. Se puede ver el brillo del polvo sobre el lente de la cámara; había varios kilos acumulados por ahí. En realidad, esa era la cuarta cámara desde el inicio del proyecto ya que todas terminan muriendo por el polvo.
Saqué también el calefactor, cuyo ventilador tenía las aspas para la historia. El temor de no encontrar el repuesto adecuado se hizo de nuevo presente.
Trabajé un montón para limpiar el piso debajo del tapete del lado del pasajero y, una vez limpio, saqué el asiento. Quizás fue mi estado convaleciente, pero encontré que era un malditamente pesado pedazo de fierro.
Saqué también el mecanismo de bloqueo de la cabina y me encontré con que la cantidad de óxido era mucho mayor a la esperada, y obviamente no me hizo ninguna gracia.
Mi espalda aguantó bien… bueno, más o menos, así que aproveché y removí todo lo que pude. La guantera central aún contenía papeles y documentos del dueño previo del camión.
