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Cuando llegó la hora, Edie preparó la pintura y empezó a aplicarla al suelo. Por supuesto, yo tuve que pintar el túnel y las partes centrales allí donde no llegaba el brazo de Edie y terminé pintando casi todo yo. Muy cuidadosamente, se aplicaron cuatro manos de pintura de terminación separadas de 15 minutos cada una por reloj para disminuir el riesgo de chorreo. Se veía espectacular, en serio. Desafortunadamente, justo en la última pasada demoré un poco la mano y se me produjo un goteo. Ops. Estaba bastante cansado, pero eso no aminoró mi sensación de abatimiento y frustración. Estaba perfecto… por la crestófila!




Al final, luego de un par de minutos me encogí de hombros y acompañé a Edie a preparar y aplicar washprimer a las otras piezas que habían sido objetos de nuestros afectos durante el día. La pintura de la cabina se secaría y endurecería eventualmente y entonces veríamos qué hacer.





Al domingo siguiente la mañana estaba aún más fría pero los perros estaban siempre felices de salir a correr. Los colores de las viñas y los parronales en lenta declinación eran fantásticos y casi todas las hojas de los álamos se encontraban en el suelo. Invierno pleno. Me di una vuelta larga y muy relajante.