Merkabah: de tolva a motorhome

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Aplanamos calles, para variar, y desde el piazzale Michelangelo nos fuimos a visitar los suburbios donde se ubicaba el departamento que arrendaba yo por esos años. Los dueños estaban retirados y sus hijos seguían en sus respectivos oficios y lugares, y al día siguiente nos obsequiaron una deliciosa cena y una tarde de buenos recuerdos y cháchara. El tiempo parecía no haber pasado.




De Florencia a Siena solo hay una hora. A todo aquel que vaya a Italia le recomiendo visitar esta ciudad medieval que tiene para mí un encanto especial, siempre que se pueda hacer caso omiso de sus habitantes, pesados como ellos solos. La plaza central, o Piazza del Campo es el lugar donde se realiza un par de veces al año una carrera loca de a caballo, al pelo, una tradición de casi mil años. Bonito el pueblito y sus mil iglesias.







A Pisa los pasajes. De Pisa solo cabe notar la extensión donde se ubican la catedral, el battistero (bautizador?) y la famosa torre, que de verdad está inclinada. Decenas de turistas posaban en la clásica parada aparentando que sostenían la torre. Lateros. Era tarde y no se podía subir; nunca he podido subir.

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Mi amigo Stefano, compañero de beca por esos años, nos fue a buscar a la estación y nos acompañó en el tour de la ciudad. Mi mochila no cabía en el maletero así que preferí cargarla y no dejarla a la vista en el auto; no parecía un gran peso y Carmen y yo estábamos muy contentos, pero lamentaría haberlo hecho porque mi columna aún no estaba sana del todo.



Mi amigo y su mujer tenían que trabajar así es que al día siguiente nosotros fuimos en tren a Lucca, la ciudad natal de Giacomo Puccini. Es una bellísima ciudad amurallada, una de las pocas que conservan sus muros antiguos completos en torno al centro histórico.




Almorzamos en la placita donde la estatua del músico parecía pensar en grandes melodías y se nos vino encima un temporal de película. En pocos minutos el cielo se oscureció y los truenos anunciaron una lluvia que tardó poquísimo en transformar las calles en ríos, con un viento que nos volaba.



En medio de la tormenta un perrito se asomó a las puertas de un local y se me quedó mirando fijo. Lo llamé en voz baja, entre los truenos, el ruido del viento y de los torrentes de agua, y vino ladrando a encontrarnos a nuestro precario lugar donde nos habíamos guarecido del inclemente tiempo.

Luego de unos momentos de langüetazos y caricias, Pepe volvió a su lugar, y cuando el tiempo se calmó, como media hora después, nosotros lo pasamos a saludar. Fue un momento especial y curioso.



El día prosiguió con un paseo por los muros de la ciudad, convertidos en arboledas preciosas que invitaban a caminar. Aquí fue cuando, al hacer un pequeño e inocente movimiento, me empezó un dolor de espalda que rápidamente me dejó sin habla y que me acompañó todo el resto del viaje, casi arruinando el paseo.

Si pueden… vayan a conocer Lucca.





Al día siguiente, con varios kilos de anti-inflamatorios encima, Stefano, su mujer María Luisa y el terremoto llamado Elisa nos llevaron a Viareggio, un pueblito en la costa, famoso hacía algún tiempo por su arquitectura particular y hoy conocido en el mundo por sus astilleros de grandes barcos de lujo. En las marinas pueden verse miles de veleros y yates de tantos metros como miles de millones de pesos pueden costar si deciden encargarse uno.

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Con algunas dificultades llegamos a Génova al día siguiente, luego de estar bloqueados seis horas en una estación de trenes por arreglos en las vías. Las estrechas callecitas en medio de los altos edificios le conferían a la ciudad una onda antigua y particular. La iglesia más famosa no era tan espectacular, pero me encantaron sus también famosos leones esculpidos en mármol. Siempre me han gustado los leones, no sé por qué.





El puerto tenía esa mezcla de lo antiguo y lo nuevo, con una réplica de la carabela de Colón que ya nadie pesca por un lado, y la réplica de un galeón que Roman Polansky mandó hacer para una película hace varios años y que, flanqueando la entrada del moderno acuario de la ciudad, se estaba empezando a caer en pedazos. Hay ciudades más bonitas e interesantes en la zona, pero me dolía la espalda y andar con las cosas a cuestas no era ningún chiste así es que decidimos reducir nuestra estadía en la ribera de Liguria.





Acorto el cuento. Luego de una par de peripecias nos las arreglamos para llegar a Basilea donde Algirdas, uno de mis grandes amigos, nos esperaba con su extraordinaria hospitalidad. La ciudad, atravesada por el Rhin y sus grandes barcos de crucero, resultó ser muy organizada, limpia y agradable de recorrer.

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Carísima hasta decir basta, Basilea y en general toda Suiza están a otro nivel. Los taxis eran todos Mercedes o BMW del año, y no había polvo, así que los autos no se ensuciaban.



Dimos un salto a Lucerna, a casi una hora de Basilea, a orillas del lago del mismo nombre. Fantástica y bellísima; los patos y cisnes tenían derecho de paso por sobre los turistas y el paseo por la orilla del lago era de ensueño.






Sin tiempo ni ánimos de devolvernos al sur me puse en contacto con uno de los dueños de camiones de expedición que nos había invitado a pasar a su casa en Lausanne. Le agradecí su amabilidad y se convirtió en el primero de una serie de anfitriones que no pudieron ser debido a lo complejo de moverse en tren y a mi dolor de espalda.

Y de Basilea nos fuimos a Stuttgart, y de ahí a la casa de Klaus, una especie de Hilux teutón y uno de los contribuidores más reconocidos del foro de camiones de expedición alemán donde la Merkabah también tiene su espacio. Vivía en las afueras de la ciudad, a casi cincuenta kilómetros. Su esposa Bärbel, el hijo de ella, Heiner y sus suegros que estaban de visita también, nos trataron como invitados de lujo y nos atendieron con mucho afecto. Solo nos conocíamos por internet. Klaus me había conseguido los repuestos de las crucetas de las homocinéticas de la Merkabah, trabajando como ingeniero en la planta Mercedes consiguió además una buena rebaja. Ya me había conseguido y enviado antes algunas piezas e información imposibles de conseguir en otro lugar



Desgraciadamente las crucetas no venían completas y había que pedir los dados y los polines aparte, por lo que inmediatamente supe que la cosa iba a ser mucho más difícil de lo que imaginaba en un comienzo.



Juntos fuimos en tren al otro día al museo Mercedes Benz, y recorrimos la historia del automóvil casi completa. Los autos, camiones, aviones y todo lo que pudiera usar un motor desde el inicio de los tiempos estaban allí. Fueron varias horas, pero valió la pena el esfuerzo y la pena que me dio la espalda. Había un camión del modelo de la Merkabah preservado en su configuración de transporte de autos y uno preparado para carreras, con un motor que parecía de cohete, pero ninguno con la portancia y ese qué sé yo de la Merkabah.

[VSilva]

Uffff me meti a ver los avances de la Merkabah como lo hago habitualmente y me encuentro con este maravilloso relato de un viajero (si viajero que no es lo mismo que turista ) concuerdo plenamente , para quienes tengan la posibilidad es imperdonable no ir a Italia , es alucinante , y europa en gral nos hace ver lo mucho que nos falta pero tb aprender que tenemos cosas muy buenas tb. Gracias por compartir y atento a lo que continua .

Saludos
Victor.

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Gracias por los saludos, Víctor.










Era época de Oktoberfest, y los alemanes estaban de fiesta, con sus trajes típicos y su ho, ho, ho! Los había de todas las edades y colores, y cresta que tomaban cerveza. Algunos llegaban en tren a las distintas réplicas en las ciudades del sur de Alemania, ya con varios litros de cerveza en el cuerpo. Mal. Pasamos a la Volksfest de Stuttgart, un pequeño Oktoberfest local, y me comí un pernil al horno entero, solito. Ah, delicioso, acompañado de medio litro de cerveza local, algo inusual para el abstemio habitual que soy. Entretenido, pero cansador al final en medio de tanto barullo y Prost!

Nos despedimos y tomamos otro tren para Munich al día siguiente. En Munich está la sede original del Oktoberfest así es que la estación hervía en gente con ganas de tomar cerveza y bailar y cantar.



En la estación nos recogió Johannes, conocido de largas pláticas a través del ciberespacio y gran anfitrión. Su perro, enorme e incondicional, lo acompañaba a todas partes. Nos alojamos en un hotel cerca de su casa, también ubicada en las afueras de Munich, cerca de Austria, en la parte más hermosa de Bavaria.

Al día siguiente fuimos a ver su camión, Sir Henry, restaurado íntegramente por él y un amigo hacía algunos años y aún en fase de modificar en una serie de aspectos. La dedicación al detalle, la calidad de la restauración y el ingenio invertido en el camión eran más que notables.

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Pasamos un par de veladas memorables con Johannes y su mujer, Christine. También nos llevó a conocer la dramática belleza de los Alpes en la frontera inmediata con Austria. Paisajes fantásticos aunque algo concurridos ese fin de semana. Los paisajes del campo y de las típicas construcciones de dos y tres pisos con geranios que colgaban de los floreros y de las barandas nos hacían recordar el sure, con los debidos recaudos, claro está.








Los zapallos estaban a la venta. Si querías uno parabas el auto, lo elegías y según el tamaño del que te llevabas dejabas el dinero en la cajita ad hoc. El dueño pasaba por la tarde a recolectar la plata y a guardar los zapallos que no se hubiesen vendido. Imaginen tratar de implantar un sistema así, basado en la confianza en el prójimo, aquí en chilito.

Christine y Johannes nos fueron a dejar a una estación cercana a la frontera y tomamos el tren a Salzburgo. Bonito. Los jardines famosos eran dignos de su fama y la ciudad en general era bastante atractiva, antigua, y muy bien preservada. De la casa natal de Mozart, convenientemente convertida en museo y visita obligada, nos corrieron sin miramientos porque llegamos cinco minutos antes del cierre.

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Paseamos por sus calles, su cementerio antiquísimo, y subimos en funicular hasta el castillo que dominaba la ciudad, morada de antiguos reyes y emperadores y una de las fortalezas más grandes, viejas y bien preservadas de Europa. Era ya tarde cuando bajamos.





Al día siguiente, asquerosamente temprano, dejamos el hotel y tomamos otro tren rumbo hacia el interior donde nos pasaron a recoger Peter y Margot, propietarios de Mounty y también conocidos por internet. Nos llevaron a conocer el Dachstein, la montaña más alta de los Alpes austríacos. El funicular nos dejó en la cima donde la nieve es eterna y practican ski todo el año muchos equipos olímpicos de todo el mundo. En el lugar un lote de ociosos construyó un puente colgante en la saliente del cerro y una escalera que cuelga sobre el vacío a varios miles de metros de altura. Con razón la bautizaron con el nombre de “la escalera a ninguna parte”. Bien valió la pena el viaje; espectacular.

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La encantadora pareja nos llevó a conocer otras cosas interesantes y llegamos al atardecer a su casa, al lado de una cancha de ski y prácticamente a metros de la maestranza donde ambos habían construido a Mounty. El MAN 6x6 era francamente fuera de serie, hecho con mucho amor y dedicación, utilizando las maquinarias de la maestranza de Peter, con detalles difícilmente replicables por el entusiasta común. Carmen se enamoró del camión y me miró como diciendo: quiero uno igual!.





Pasamos una velada de muchas risas y buena comida, y mucha bebida también, y al día siguiente nos acompañaron a la estación para tomar el tren a Viena. Nos dieron el dato de un amigo de ellos que también se había contagiado con el virus de los camiones y que tenía un hotel muy bien ubicado en el centro.

Cuento corto; Viena es probablemente la ciudad más hermosa y con los edificios más grandiosos que exista. Nos la pasamos recorriendo sus calles y sus palacios y sus museos cinco días. Al parecer el título de emperador les quedaba justo a los gobernantes de Austria y de medio mundo antiguo. El Hoffburg, el Schönbrunn, el Belvedere, el edificio de ornitología, el parlamento, la biblioteca, todo el centro histórico, todo al máximo lujo y a todo popó. Realmente impresionante y cautivante. Y más allá del centro histórico, al otro lado del Danubio, la Viena moderna y postmoderna, con sus altos y modernos edificios de oficinas de cristal y sus torres puntiagudas.

[Nigel Moleker Castro]

Amigo Pairo:

Que maravilloso viaje y gracias por compartirlo con nosotros.

Un tremendo abrazo para ti y Carmen

Nigel